31 de diciembre de 1993
Estoy solo. Me acabo de sentar en el sofá de la pequeña sala contigua al salón. Resuenan en este último risas familiares y animada conversación. Pienso en mis amigos; adultos en proyecto como yo. Ahora mismo estarán vestidos de traje mientras se adentran en la doble oscuridad –subterránea y nocturna- de una de esas celebraciones propias de la Nochevieja, repletas de alcohol, sugerentes bailes y deseos sexuales, que se desvanecerán en el gélido vacío de un luminoso amanecer de Año Nuevo entre destellos de resaca y camaradería.
Miro concentrado la televisión. Llama mi atención esa acumulación obscena de pantallas de vídeo. Suena la Novena Sinfonía de Beethoven enaltecida por una solemne y marcial amalgama de vientos y percusión.
Fotogramas creados por Leni Riefenstahl se mezclan con la efigie de Lenin o una punki postmoderna y preceden a una sombra que emerge grotesca y triunfal tras la bandera de la Unión Europea. De pronto, las doce estrellas se descuelgan como artefactos rotos e inútiles y el azul se funde con imágenes de interferencias mientras el característico sonido impresionista de la guitarra de The Edge se materializa de manera sucia e industrial evidenciando que soy bienvenido a la Zoo Station. Bono me seduce con sus contorsiones absurdas transfigurado en el bufón supremo del show business. Casi sin respiro, The Fly se acompaña de una orgía de mensajes y consignas que reflejan los videowalls y que resultan tan grandilocuentes e ingeniosos como absolutamente intrascendentes y efímeros. En Even Better Than The Real Thing, tras introducir al público asistente en el concepto de telerrealidad en directo que envuelve Zoo TV, Bono se aísla e hipnotiza cayendo preso de su propio narcisismo mientras gira alrededor de sí mismo. Más tarde se suceden la erótica danza oriental de Morleigh, las escenas bélicas y apocalípticas mientras suena Until The End Of The World, las cruces ardiendo durante Bullet The Blue Sky y, como última pirueta, la aparición de ese personaje teatral -casi de cabaré- con ademanes afectados y excesivos que es MacPhisto. Sin embargo, lo que ha quedado grabado a fuego en mi subconsciente es esa intro y los tres primeros temas antes referidos. Ha pasado algo, pero no sé el qué.
29 de mayo de 2020
Reviso la grabación de nuevo. Fue algo parecido a una revelación, a una epifanía. Fue como contemplar a través de una bola de cristal las incipientes grietas de la Unión Europea –que surgió como una promesa de paz y prosperidad eternas tras el terrible choque entre el fascismo y el comunismo que asoló el Viejo Continente durante la primera mitad del siglo XX-; la decadencia de la cultura europea de base humanista e ilustrada -que sucumbe irremediablemente ante la “civilización del espectáculo” descrita con precisión por Mario Vargas Llosa en su ensayo homónimo-; la absurda secuencia de gestos breves y repetitivos propia de un TikTok que ejecutaba Bono al comienzo de Zoo Station; el bombardeo constante de estímulos –que no información- al que nos someten Internet y las redes sociales; las fake news representadas por ese gráfico BELIEVE; el selfie que acababa con Bono mareado y enredado de manera metafórica en una maraña de cables; en definitiva, el encumbramiento de todo aquello que suene a lúdico en detrimento de cualquier atisbo de seriedad.
Han pasado más de veintiséis años desde aquella noche. Pero todo ha ido cobrando sentido con el tiempo de manera inquietante. Más aún cuandorepaso toda esa retahíla de eslóganes efervescentes que lanzaban las pantallas:
It’s very simple
Everything you know is wrong
Contradiction is balance
Enjoy the surface
Manipulation is art
Art is manipulation
Celebrity is a job
Silence = Death
Rebellion is packaged
Rock and roll is entertainment
Watch more TV
Determinismo, autocomplacencia, hedonismo, superficialidad, simplicidad, desinformación. Poco a poco nos vamos transformando en seres humanos infantilizados; anestesiados por una vorágine de información que nos entretiene constantemente; encerrados en la felicidad artificial que nos proporciona ese mundo online que es Even Better Than The Real Thing; cada vez más cínicos, descreídos, ególatras y desprovistos de ápice de heroicidad alguno.
Esa mutación que nos afecta a todos ahora fue experimentada por los propios U2 hace treinta años, cuando pasaron de abanderar con su característico sonido épico todas las justas causas del planeta a renegar de esa imagen que proyectaban, convirtiéndose en el trasunto oscuro, irónico y hortera de sí mismos -fui testigo de ese cambio brusco la primera vez que escuché Achtung Baby en el pasillo de un expreso nocturno camino de París-.
Zoo TV no era nada más –y nada menos- que una alegoría futurista de lo que ahora es presente. Un retablo audiovisual que nos anunciaba la llegada del siglo XXI. La búsqueda consciente de una alucinación colectiva que elevaba un concierto de rock a la categoría de obra de arte adelantada a su tiempo. Una visión.
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Llevo semanas analizando absorto –diría incluso que paladeando- el último concierto de la gira eXPERIENCE + iNNOCENCE, grabado por U2 en Berlín. Reproduzco en bucle la primera parte del show –cruda, emotiva y poderosa en su ejecución- y me estremece ese final tan poético en el que Bono, aferrado a la enorme bombilla como símbolo de la inocencia perdida, se baja del escenario y deambula entre el público asistente, todavía cantando, antes de perderse en el laberinto de pasillos del Mercedes-Benz Arena.
Es curioso, porque suenan de nuevo temas de los lejanos noventa -Zoo Station, The Fly, Stay, Who’s Gonna Ride Your Wild Horses, Even Better Than The Real Thing, Acrobat o One- y también se exhibe la bandera de la Unión Europea durante Get Out Of Your Own Way y New Year’s Day, como en la época de Zoo TV; pero todo es muy diferente. Ya no soy el mismo. Hemos cambiado tanto… Bono tiene la cara atravesada por surcos; pronunciadas arrugas que reflejan la inevitable vejez que le ha sumido en The Blackout. Ese comienzo de la actuación con lo que aparenta ser una RMN cerebral, contextualizada por esos “Breathe!” y “Exhale!” pronunciados por personal médico es escalofriante. A continuación, Lights Of Home aumenta el nivel de dramatismo con una confesión del siguiente calibre: “No debería estar aquí porque debería estar muerto, puedo ver las luces delante de mí”. Bono camina teatralmente en el borde de la vida y la muerte a través de una pasarela elegante y sutilmente iluminada para desembocar en un pequeño escenario circular cantando un outro inspirado en el inconfundible sonido de los últimos Beatles. A partir de ahí, la fuerza del rock sin trampa ni cartón de I Will Follow, Gloria y Beautiful Day –toda una declaración de intenciones hilvanada con el argumento del show- conduce al cénit anticipado que supone la nueva versión de Dirty Day. Sólo este momento deja en pañales a Vertigo y 360o, giras de estadios que acumulaban cifras de récord y titulares superlativos; espectaculares, pero quizás vacías. La narración de Bono es de esas que llegan por su sinceridad y hondura, pero lo mejor es que termina con un giro inesperado que a uno le reconcilia con esta banda y hace que recupere la fe en ella –si es que alguna vez llegó a perderla-. Ahí están los cuatro más de 40 años después de juntarse para ensayar en una cocina. Nos recuerdan cómo han llegado hasta ese preciso instante de sus vidas. Cómo el rock fue esa tabla de salvación en medio del naufragio de The Troubles en la Irlanda de los setenta. Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr. no iban ser como sus padres –ninguno de nosotros vamos a serlo hasta que nos convertimos en ellos-, se sentían incomprendidos y luchaban para que nada truncara su sueño de triunfar en la música. Bono cuenta cómo ahora entiende a su padre cuando éste le decía que quería para él una vida mejor y que soñar podía llegar a ser peligroso y decepcionante. Pero no usa dicha narración –al contrario que el joven Bruce Springsteen cuando interpretaba Growin’ Up en directo en el año 1978- como un ajuste de cuentas, sino que agradece a Bob su paciencia y le pide perdón con la voz quebrada. Y por fin ese epílogo, con la imagen actual de los cuatro como contrapunto a la de esos jóvenes -ya irreconocibles- que fueron. De la inocencia a la experiencia.
U2 ya no están de moda. Han perdido ascendencia entre la gente de mi generación. Ya no son la referencia y, cual político de los ochenta, sus nuevas propuestas cuentan cada vez con menos predicamento y fieles. Por ello me parece más admirable todavía ese esfuerzo de una banda tan longeva por sacar adelante no sólo dos discos de temas inéditos –Songs Of Innocence y Songs Of Experience-, sino dos giras íntimamente conectadas que cuentan toda una historia que comienza con The Miracle (Of Joey Ramone) y termina con 13 (There Is A Light), principio y final perfectos y complementarios. Una historia que recuerda a los padres fallecidos Iris y Bob, canta a la nostalgia en Cedarwood Road, describe un atentado terrorista en Raised By Wolves o exhibe esa habitación –nuestra habitación- con apenas una cama, un tocadiscos, un póster y la sempiterna bombilla. Y más aún, me resulta deliciosamente subversivo el uso de la bandera de la Unión Europea como antídoto frente a los nacionalismos. Y es que los irlandeses han pasado de pronosticar su caída a convertirse en fervientes defensores de la misma bajo un prisma de solidaridad, tolerancia e igualdad, ya que Love Is Bigger Than Anything In Its Way. ¿Hay algo más políticamente incorrecto hoy en día que sentirse europeo por encima de todo y defender la bandera de las doce estrellas?
Con 17 años vi el futuro de su mano y me fascinó. Con 43 ese futuro ha pasado de ilusionarme a dejarme Comfortably Numb –citando a Pink Floyd-. Ahora me cautiva el ejercicio de introspección del periplo iNNOCENCE + eXPERIENCE. Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr. ya no serán nunca más los tipos cool que tenían el mundo a sus pies y paralelamente todos nosotros empezamos a reunir un extenso historial de fracasos y éxitos. Vamos adquiriendo poco a poco la mirada gris, resignada y fríamente objetiva del protagonista de una novela de Arturo Pérez-Reverte e intuimos que ya es tarde para muchas cosas. No tenemos toda la vida por delante, pero todavía podemos pasar un buen rato con los cuatro de Dublín descubriendo asombrados que nos siguen contando historias fascinantes. Sin embargo, éstas ya no son para adolescentes idealistas, sino para padres estoicos con cicatrices en el alma. Abandonemos la tiranía del aburrido carpe diem y entreguémonos a la siempre dolorosa, pero lúcida reflexión. Volvamos a emocionarnos con las canciones de U2 y sepamos apreciar su otoñal belleza. No nos las perdamos. Ellas nos acompañan en el tránsito vital de la visión a la retrospectiva.
Por Rodrigo Gallego García